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SOCIEDAD

8 de enero de 2022

8 de enero celebración del Gauchito Gil

Todos los 8 de enero en cada rincón del país se enciende una vela roja para venerar a este gaucho justiciero y cumplidor que está presente en todos los caminos ¿Quién fue Antonio Mamerto Gil Nuñez antes de transformarse en el santo popular más conocido de la Argentina?

Al Gauchito Gil, a la Difunta Correa, a San Expedito, a Ceferino Namuncurá, a Gilda, a Rodrigo, a todos ellos, entre muchos otros, los santifica el pueblo. Ladrones, cristianos, pecadores, viajeros, católicos bautizados, no hay restricciones: todos le rezan a Antonio Mamerto Gil Nuñez, más conocido como el Gauchito Gil. Le agradecen, le piden protección, que les dé una mano, "un favorcito", igual que se le pide a un amigo. Los devotos jamás se olvidan de tocar bocina al pasar por alguno de los miles de pequeños altares que se edifican en las banquinas de las rutas argentinas. Muchos se detienen y bajan, le prenden una vela, le acercan unos cigarros o le convidan un trago de vino que cualquier sediento que pase por la zona podrá tomar y devolver luego.

El Gauchito se metió en el corazón y en el cuerpo de millares de argentinos. Hoy cientos de manos se calzan una cinta roja atada a la muñeca con la leyenda “Gracias, Gauchito”.

 ¿Quién fue el Gauchito Gil?

La hagiografía, que es la ciencia que estudia la historia de las vidas de los santos, jamás podrá ser precisa acerca de la vida de un santo popular, de un santo pagano. Se sabe que Antonio Mamerto Gil Nuñez, hijo de José Gil y Encarnación Nuñez, nació un 12 de agosto de un año que podría ser 1847, en Mercedes, provincia de Corrientes, en una zona que en guaraní llamaban Paiubre.

Se dice que amaba los bailes y las fiestas, en especial la de San Baltazar, el santo cambá, que era devoto de San La Muerte, que tenía un excelente manejo del facón y que su mirada hipnótica era temible para los enemigos y fulminante para las mujeres.

La historia registra que fue un peón rural, que sufrió los horrores de pelear en una guerra entre hermanos, en la Guerra de la Triple Alianza, y que luego fue reclutado para formar parte de las milicias que luchaban contra los federales.

La leyenda cuenta que Ñandeyara, el dios guaraní, se le apareció en los sueños y le dijo: “no quieras derramar sangre de tus semejantes”. El Gauchito no lo dudó más y desertó del Ejército. Esa rebeldía, y conquistar a la mujer que pretendía un comisario, fueron algunos de los motivos de su sentencia de muerte. Le siguieron otras desobediencias intolerables para el poder de turno: se ganó el amor y la complicidad de la peonada correntina que lo empezó a conocer como a un justiciero, como a un héroe que protegía a los humildes, que robaba a los ricos para darle a los pobres, que vengaba a los humillados y que sanaba a los enfermos. El pueblo lo protegió, lo alimentó y lo cuidó hasta que lo capturaron.

Cuesta entender cómo a este bandido rural, a este símbolo de resistencia contra la injusticia que sorteó mil y una emboscadas, lo capturó la policía mientras dormía una siesta luego de una noche de juerga en el marco de las fiestas por San Baltazar. Sus dos amigos fueron abatidos al instante de ser descubiertos pero al Gauchito Gil no lo entraron las balas. Lo salvó un amuleto de San La Muerte que colgaba de su cuello.

Con sus múltiples variaciones, los relatos orales cuentan que aquel 8 de enero de 1874 o 1878 para otros, decidieron trasladarlo a la ciudad de Goya para ser juzgado, pero en el camino, a 8 kilómetros de Mercedes, cambiaron los planes y los miembros de la tropa lo colgaron boca abajo en un árbol de la zona.

Ninguno de los presentes, soldados de origen humilde, conocedores y respetuosos de las andanzas del Gauchito, se animó a ejecutarlo. Finalmente, el coronel Velázquez, contra su voluntad y siguiendo órdenes de un superior, lo degolló. Dicen que su sangre cayó como una catarata que la tierra se bebió de un sorbo. En ese mismo instante nació el mito y su asesino se convirtió en su primer devoto.

“Con la sangre de un inocente se curará a otro inocente”, le dijo el gaucho a su homicida antes de ser decapitado. El coronel, luego de entregar a las autoridades la cabeza de Antonio Gil, se fue a su casa y al llegar encontró moribundo a su hijo. En la desesperación recordó las palabras del gaucho y cabalgó a toda velocidad hasta la zona donde habían enterrado el cuerpo y puesto una cruz de ñandubay. Juntó los restos de la tierra todavía húmeda por la sangre, untó a su hijo con ella y ocurrió el milagro.

Un santuario entre millones
“Nadie sabe con seguridad la historia del Gauchito porque cada generación cuenta lo suyo. Para nuestra familia, el Gauchito es un santo justiciero, un santo de los trabajadores, un santo humilde, un santo de las pampas. Al Gauchito se le puede prometer o pedir sin prometer, pedir desde el corazón y con Fe y el Gauchito te escucha, te cumple y no te pide nada a cambio. Es un santo que esta con dios”, asegura Celi, fundadora del santuario del Gauchito Gil que se encuentra en el barrio Padre Carlos Mugica de Retiro.

Su abuelo, curandero y devoto de San la Muerte, les dejó como herencia una imagen del Gauchito y un millar de saberes sobre sanaciones que su padre, Ángel, atesora en un libro al que llama “el libro negro”. Ángel vino de Paraguay con su familia en el año 2001. Se asentó en la villa 31 y cartoneó para ganarse la vida. Una de las cosas que hizo con los primeros pesos que ganó fue construir el santuario con la participación de toda su familia. Desde entonces, el lugar no paró de crecer.

“Se suman fieles porque el Gauchito ayuda. La gente pide y sea donde sea que esté el Gauchito, le concede lo que pide. Hay que pedir sin miedo, desde el corazón y uno puede pedir todo lo que quiera, pero el humano tiene que poner de su parte, no esperar que caiga el milagro”, comenta Ángel.

En este santuario ubicado en la manzana 11, el Gauchito convive con San La Muerte, con la Virgen de Luján, con Lemanjá, con San Cayetano. Para Celi como Ángel, que estén todos los santos juntos representa la hermandad que tiene que haber en el mundo.

“A veces se asocia al Gauchito Gil y a San La Muerte con la maldad, con lo delictivo, pero es el hombre el que hace y deshace en esta tierra, el santo no, porque viene de Dios. El Gauchito, San La Muerte, Lemanjá, o la Virgen de Guadalupe, estando dentro o fuera de la Iglesia católica siempre van a ser santos porque están en todas partes y el cielo es para todos”, sintetiza Celi

El Gauchito en expansión

Los santos populares, cada uno con sus particularidades, atravesaron sufrimientos, abandonos, desamores y pudieron trascenderlos. Ellos son parte de nuestra idiosincracia como pueblo que, también, siente, sufre, agradece y celebra.

La investigadora argentina María Rosa Lojo identifica tres características fundamentales que poseen los santos populares. Una tiene que ver con tener una cercanía con las clases más humildes, ya sea por pertenecer a ellas, o por haber dedicado la vida a su servicio. La segunda, con haber pasado, a juicio de los devotos, por pruebas, obstáculos y sufrimientos que a menudo desembocan en la muerte violenta, en plena juventud. Y la tercera, hacer milagros.

En los último 30 años la devoción al Gauchito Gil se expandió a borbotones y se convirtió en el santo pagano más querido de la Argentina. El 8 de enero de 2019 más de medio millar de personas concurrió a su santuario improvisado y alejado de las grandes urbes, que se encuentra en la vera de la ruta N°123 en la pequeña localidad de Mercedes, Corrientes.

Por qué la devoción popular eligió al Gauchito Gil y no Vairoleto, Isidro Velázquez, "Mate Cocido", el gaucho Vega o a cualquier otro de los ´jinetes rebeldes´ o ´bandidos rurales´ -como los llamó el historiador Hugo Chumbita- es una pregunta que flota en el aire.

Expertos en el tema como Ruben Dri y Pablo Semán ubican que durante los años '90 y 2000 hubo un crecimiento en las manifestaciones populares hacia el Gauchito Gil. Para ellos, uno de los motivos que  contribuyó a expandir esta devoción fue la crisis estructural que afectó a la Argentina en esas décadas y que provocó la migración de correntinos al conurbano bonaerense. Como parte de su identidad litoraleña, las banderas rojas comenzaron a poblar las esquinas de cada barriada.

Otro de los motivos se vincula a la acción de los camioneros que recorrían la ruta del Mercosur que une Argentina, Brasil y Paraguay. Para el antropólogo Pablo Semán el ritual de la devoción exige reconocer al santo y rendirle homenaje con frecuencia. En el caso del Gauchito, su presencia se fue extiendo porque los camioneros, que tenían paso obligado por Mercedes, se fueron haciendo devotos y comenzaron a construirle altares en las rutas argentinas, como en su momento lo hicieron para la Difunta Correa.

Lo que representa la figura de los santos populares se vincula con las demandas y necesidades que se generan en determinados contextos sociopoliticos. El teólogo Ruben Dri entiende que el Gauchito Gil fue un sujeto que se rehusó participar en la lucha entre hermanos y por eso fue condenado injustamente. Pero a partir de ahí, las personas crean un universo de interpretaciones y acciones, donde se construye la identidad de un gauchito justiciero, que tiene solidaridad con los pobres, que se lo celebra bailando chamamé, al que se le deja dinero para que algún necesitado lo recoja y de esa forma, se va asociando a su figura con determinados valores humanos.

"Hay un tipo de identidad que construye el pueblo frente a una identidad a la que le falta política, porque se la niega precisamente el sistema. El sistema les niega la posibilidad de tener un proyecto político de liberación, entonces se construyen identidades que les permiten subsistir. La gente necesita aferrarse a un mito pero en la medida en que se aferra recibe fuerza él, es una especie de intermediación, reciben esa fuerza porque precisamente tienen fe en que el santo los va a ayudar", señala Dri.

El poder que irradian historias como las del Gauchito Gil moviliza las memorias de los pueblos aportando elementos para reconstruir un presente donde las trabajadoras, los hambreados, las desposeídas y los perseguidos tengan la posibilidad de una vida digna, justa y con alegría.

 

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