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28 de mayo de 2021

La atípica historia de Dylan Gissi, el futbolista suizo que pasó por el Atlético de Madrid y hace una década que juega en Argentina

Hijo de un ex futbolista de Estudiantes, nació y vivió en Ginebra hasta su adolescencia cuando sus padres decidieron retornar al país. Pasó por las inferiores del Colchonero, estuvo citado a las selecciones juveniles de Suiza y Argentina, pero desarrolló casi toda su carrera en el torneo local

Gissi baja de su auto y la caminata hasta el punto de encuentro ya delata que alguna trampa se esconde detrás de su documento. Su historia dice que es de Suiza, pero el termo anclado debajo de la axila, el mate de boca ancha y la popular yerba uruguaya prolijamente dividida con la bombilla metálica permite desenmarañar buena parte de las raíces de su historia. Dylan nació en Ginebra y vivió allí hasta los 15 años, pero aprendió a hablar mucho antes en castellano que en el francés que domina a esa región. De las puertas para afuera de su casa el suelo era suizo, pero esas cuatro paredes eran una especie de embajada argentina.

No hay ningún vestigio que permita imaginar que Dylan Gissi no es argentino, aunque en 30 años de vida tuvo un andar nómade típico del fútbol que lo paseó por Basilea en su país natal, pero también por Madrid, Montpellier, Rosario, Tucumán o Bahía Blanca. El defensor que jugó la última temporada para Patronato de Paraná tiene una de las historias más singulares de todo el fútbol nacional. La semilla la plantó su padre, Oscar, un refinado mediocampista que tras debutar en Quilmes y defender las camisetas de Vélez y Estudiantes de La Plata, emigró a Alemania con la promesa de jugar en esas tierras. Una inesperada oferta cambió el rumbo para él y, al fin y al cabo, a toda su familia. Firmó en 1989 con el CS Chenois de Suiza, lugar al que meses más tarde aterrizó su pareja Marcela Waszczuk (una ex nadadora profesional del club Independiente). Dos años después nació Dylan y lo siguieron Kevin (1992), Shadya (1994) y Maylis (1996).

“Aprendí a hablar castellano antes que suizo. En casa se hablaba castellano. De hecho, arrancamos el colegio sin saber una palabra de francés. Fue raro, pero sos nene y te adaptas rápido. Cuanto antes agarrás el idioma, más fácil se hace. Hoy hablo con naturalidad francés y castellano”, explica.

A los 15 años saltó de Ginebra a Quilmes sin escalas. Un mundo con pocas equivalencias pero que no era ajeno para él. Era el 2006, los coletazos de la crisis de comienzos del milenio habían resquebrajado las estructuras sociales del conurbano, pero para Oscar y Marcela seguía siendo su lugar en el mundo. La muerte de los abuelos de los chicos los empujó a pegar la vuelta tras casi dos décadas en Suiza. Los cuatro hermanos apoyaron la decisión. “Veníamos casi todos los años de vacaciones en diciembre. Siempre tuve recuerdos lindos porque nos juntábamos con todos los primos, mis tíos, mis abuelos. Pero sí, de Suiza a Quilmes sin escalas. Eso nos forjó una personalidad, nos hizo ver dos realidades completamente distintas. Suiza, estamos hablando de un primer mundo y Argentina tiene todo lo otro que por ahí Suiza no tiene: lo que es la calle, este día a día de vínculos que no está, en Europa no es tan así”, explica sobre las distintas realidades.

“Estábamos año por medio yendo y viniendo para las Fiestas y la pasábamos bomba, porque venís para el verano, que el verano de acá no se compara. Si bien el verano de Suiza era lindo, no pasa los 30 grados, acá tenés capaz días de 40. Nosotros estábamos entusiasmados por ese cambio sin conocer la vida diaria. Después de la muerte de mis dos abuelos se decidió arraigarse de vuelta con al familia, los tíos, mis primos, y por eso pegamos la vuelta. Al principio costó, no fue fácil pero se hizo llevadero porque con el tema del fútbol siempre tenés grupos de amistades. A partir de eso la pasamos mejor”, recuerda.

Dylan debió abandonar las inferiores del Basel –el equipo más popular de Suiza– y con Kevin rápidamente se unieron a las juveniles de Quilmes, donde pasaron un año hasta que emigraron juntos a Arsenal. Mientras tanto, sólo mantuvo el contacto con dos amigos de su infancia en Suiza que aún hoy están en su agenda telefónica. “Empecé a jugar de chiquito. Además, adonde íbamos éramos cuatro hermanos y ya teníamos un equipo. Allá siempre es en cancha grande, no es como acá que te hacen fútbol 5 o 7. Las canchas están habilitadas, nos metíamos a jugar en los lugares de entrenamiento de un equipo de tercera o de segunda inclusive. Es otra cultura, tampoco éramos un millón. Conseguías para ir a jugar, pero cuesta mucho más que acá, que levantás el teléfono, conseguís 20 tipos y hasta suplentes”, detalla. “Allá hay una diversidad más grande de deportes. Le dan mucha más bola a todos los deportes y está bien porque les abre la cabeza a los chicos. Acá el fútbol es el sueño de todo el mundo, está metido muy fuerte en la sociedad quizá porque tienen que llegar para salvar a la familia. Nosotros jugamos al fútbol, al básquet, al tenis... Tocás todos los deportes porque es gratuito o con una mínima cuota”.

El fútbol era un opción, pero terminar la escuela, no: “Es distinto allá y acá, pero es parte mismo de la sociedad latinoamericana. Acá es todo mucho más social. Tenés una relación distinta con el profesor, con el director del colegio. Hay una situación más familiar. En nuestro colegio de Quilmes se portaron siempre diez puntos con nosotros, entendieron la situación, se pusieron en el lugar nuestro y ese trato no está allá. La comparación de un colegio a otro, en eso de convivir en el día a día, era mucho más lindo acá. Costó, pero la facilidad del español es que se escribe como se pronuncia. Había un millón de faltas de ortografía quizá, pero no era algo grosero”, revive sobre sus días en el CIMDIP de Quilmes Oeste.

Su primera estadía en Argentina no duró mucho y Dylan pegó la vuelta a Suiza para firmar su primer contrato profesional con el Neuchatel Xamax que tenía al ex Independiente Néstor Clausen como DT y en el sitio donde conoció a su amigo Iván Furios en una divertida situación: “La historia del Pelado es mundial... Él recién bajaba del avión y al otro día hicimos fútbol, no conocía a nadie. Lo pusieron para los suplentes conmigo en el fondo. Un fenómeno, empezó a lo cavernícola a hablar francés, que no tenía ni idea. ‘Vamos hasta acá...’, y así. Yo callado, qué le iba a decir si me estaba cagando a puteadas. Lo miraba, nomás. Y en un hueco, en un córner, le digo: ‘Soy argentino, hablame español’. Me miró con una cara de loco: ‘¿Cómo no me dijiste?’, me pegó un bife y me empezó a abrazar en medio del partido. Ahí arrancamos una linda relación que dura hasta hoy”.

“Me ayudó mucho. Estábamos los dos solos en Suiza y me llevaba de los pelos al gimnasio. Yo estaba todo flaquito. Imaginate, 17 años, mi primera plata. Como yo hablaba francés me decía ‘vení flaco, vamos para allá' y disfrutaba de todo como yo disfruté después, porque al ser de Suiza no me daba cuenta. Íbamos en la ruta mateando y veía un castillo: ‘¡Vamos al castillo!’. Salía de la autopista y nos perdíamos. La pasamos bomba. También me ayudó a entrenar, a perfeccionar el despeje de cabeza. Se paraba en la mitad de la cancha, me metía abajo del arco y me tiraba pelotazos para que despejara. Sabés los dolores de cabeza que me agarraba”, reconoce el papel que cumplió el ex defensor de Olimpo, Boca y Chacarita, entre otros.

Ese primer salto al fútbol profesional le permitió desembarcar en el Atlético de Madrid. “Un muchacho español vio videos y se dio la prueba. Me llevaron a jugar un torneo y salimos campeones. Ellos llevan el equipo y cuatro o cinco pibes que quieren ver. Me quedé un año en el Atlético, en la cuarta, pero cuando me tocó renovar no quería, porque me bajaban un poco de plata y la gente que estaba metida en el medio no era muy franca que digamos. Así que corté el vínculo y me vine de vacaciones a Argentina”.

El destino lo empujó rumbo a La Plata para ser parte de un momento mágico del Pincha: “Mi viejo estaba en Estudiantes y yo conocía al coordinador de inferiores. Me permitieron entrenar ahí y en un momento tuve la suerte de practicar con Primera porque faltaba gente. Me habían visto bien, entrené con primera, con el equipo de Sabella que venía de ser campeón de la Libertadores y al cuarto entrenamiento Sabella me dio el visto bueno para firmar contrato. Yo, encantado, firmé con los ojos cerrados”.

Permaneció tres años en el Pincha, debutó como profesional en el 2011, pero los constantes cambios de entrenador le impidieron asentarse. Sin embargo, durante esa etapa le llegó el doble llamado a la selección: Suiza y Argentina. Entrenó con el Sub 20 de Walter Perazzo para el Panamericano, pero no quedó en la convocatoria final. También fue citado por su país de origen para entrenar con la Sub 21 que jugaría la Eurocopa de la categoría y luego para la Sub 20, donde fue parte del primer triunfo ante Portugal de esa divisional en el único amistoso que jugó. “No sé cómo me rastrearon, la verdad. Me dijeron que me estaban siguiendo y me pidieron que mandara uno o dos partidos completos. Jugué y fue la primera vez que se le ganaba a Portugal. Una linda experiencia, de la nada, una locura”, recrea.

Un siguiente salto al Montpellier de la Ligue 1 de Francia lo mantuvo durante casi tres años en Europa, aunque no pudo acumular tantos minutos en el primer equipo: “Venía de un proceso de muchos cambios. Hay una autocrítica que es que en ese momento me faltaba un golpe más de horno. Estuvo mal manejada la situación con el intermediario. Había pasado por todos lados, fue lindo, pero abrupto. Ya en el último tiempo se dio la posibilidad de venir a Rosario Central con el Chacho Coudet y sin dudarlo me volví”.

Tras sus primeros pasos hace una década en Estudiantes y Olimpo, se radicó en el país en el 2016 y estuvo en Rosario Central, Defensa y Justicia, Atlético Tucumán y Patronato, su último club. “El fútbol argentino te tira, lo que más me gusta es el ambiente que tiene, cómo lo vive la gente. Me atrae eso. Hoy en día con la pandemia que se está estirando tanto, se extraña la gente y más la doble hinchada. Yo jugué poco con las dos tribunas, porque estaban tratando de sacarlas cuando empecé a jugar. A mí me gusta jugar acá. La carrera del futbolista es corta y va dependiendo de los cuidados. Me gustaría seguir acá, pero siempre está la deuda pendiente de volver a probar en Europa”.

Entre todas las particularidades que puede acumular la historia familiar de los Gissi hay una que destaca sobre el resto: los cuatro hermanos son futbolistas. Kevin juega actualmente en Estudiantes de Río Cuarto, Maylis es delantera de Gimnasia de La Plata y Shadya fue parte hasta hace poco tiempo del plantel de Defensa y Justicia. “El fútbol femenino me tocó vivirlo desde dos lugares: como hermano y en Francia, que las chicas cobran más que los hombres y tienen un nivel de puta madre. Allá hay un nivel de diferencia física con respecto al fútbol argentino, también por la infraestructura que deben tener en comparación acá. Es una apertura de cabeza para los padres: si a tu hija le gusta el fútbol, que le meta, no importa el género. Acá por ahí a veces hay una mentalidad retrógrada de no querer que tu hija juegue al fútbol por ser mujer. Ya no va más, nunca fue en realidad, pero hoy en día menos”.

Con su idiosincrasia argentina debajo del brazo, Dylan sabe que “es peligroso” hacer alguna referencia política o social “si no sabes del tema”. “Tenés que estar capacitado para hablar porque sino quedás atado a un dicho. No veo mal que un futbolista, un oficinista o cualquier persona aporte algo si sabe del tema. No está mal que un actor o un deportista, que tienen una llegada mucho más amplia que un laburo normal, transmitan su día a día, pero acá también te catalogan porque está todo dividido con el tema político. No podés tener una mirada intermedia y buscar lo mejor de los dos para el bien del país”, reflexiona. Y hace una mirada sobre el rol que el futbolista domina en la sociedad: “En Suiza no ocupa un lugar central, acá se idolatra al jugador por haber llegado a primera y tenés beneficios, detalles, pero que no están buenos si te ponés en el lugar del otro. Nosotros sólo jugamos a la pelota. Hay gente que hoy con la pandemia, como los médicos que están en la primera línea o un montón de gente, merece más la idolatría que un jugador de fútbol. Nosotros somos privilegiados de vivir de esto, pero no por eso creo que tengamos que tener privilegios. No dejamos de ser personas normales”.

Tras haber cumplido 30 años hace un mes, Gissi se muestra como un obsesivo del cuidado físico casi como si aquella semilla que plantó el Pelado Furios hace más de una década creció con fuerza en su interior. El deseo de seguir jugando al fútbol “hasta los 38 años” se conjuga con el sueño de algún día vestir la misma camiseta que vio nacer a su viejo: “Sueño con jugar en Primera con Quilmes alguna vez”.

El día que llegue ese post fútbol será un nuevo desafío para el suizo que tendrá la carga de reciclarse como un jubilado joven –en una pestaña que todavía el principal deporte del mundo no logró dominar para sus protagonistas–, pero también tendrá que decidir dónde le pone un punto estable a esa vida nómade que arrancó a los 15 años. “No sé qué pasará, ni dónde viviré. España me fascinó, me gustó mucho, es un país con cosas latinas y que la estabilidad económica y la seguridad es otra. Lo social acompaña. A Suiza hoy en día no iría a vivir, el trato social es otro. Ojo, es divino Suiza para vivir, uno de los mejores países del mundo, pero me gusta más la parte social de un país con genes latinos”.

//Infobae 

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